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1. Un cambio de vida

 

Susana estaba sentada escuchando los coches que circulaban por la carretera que había al lado del campo de sus abuelos. Sus padres la habían llevado allí por recomendación del médico. La chica padecía anorexia, por lo que, según les explicó el médico, le vendría muy bien un poco de naturaleza para desconectar de la rutina y la agobiante ciudad, y con un poco de suerte, al estar envuelta en otro estilo de vida, comenzaría a ver las cosas de otra manera y volverían las ganas de comer.

Susana estaba enferma desde hacía un año. Ella había sido una chica sana. Le gustaba jugar, reír y comer chuches como a todos los niños. Pero sin darse cuenta, fue entrando en la adolescencia y su cuerpo comenzó a cambiar, cosa que ella no toleró y le llevó a verse gorda. Pronto se apuntó a gimnasia rítmica porque siempre le habían gustado los cuerpos atléticos que tenían estas gimnastas tan delgadas. Sus padres, al principio, estaban muy contentos de ver que su hija se interesaba por su salud y por su físico, pero lo cierto era que a la niña no le importaba conseguir un cuerpo atlético, sólo deseaba adelgazar. Ellos empezaron a preocuparse cuando descubrieron que no era una afición, sino una adicción, y que en poco más de un mes había perdido demasiado peso. Además del ejercicio que hacía en las clases de gimnasia rítmica, la niña hacía flexiones, abdominales, corría alrededor de la manzana hasta no poder más y, a la hora de comer, hacía la comida pequeños trozos para luego amontonarlos a un lado del plato y simular que había comido. Cuando acababa de hacer todo esto  apuntaba en un diario, los minutos que había corrido, los que había hecho flexiones, los días que había ido a sus clases de gimnasia, los trocitos de comida que habían llegado a su estómago cada día, y, por último, los gramos que había ganado y los que había perdido. Susana no le había dicho a sus padres nada sobre su nuevo estilo de vida, y pensaron que eran cosas de adolescentes.

Descubrieron la verdad el primer día que Susana se desmayó ante ellos. Aquel día, cuando volvió del gimnasio, fue directa a su habitación para anotar lo que había conseguido perder. Abrió su diario y fue a coger un bolígrafo del escritorio, pero entonces, su vista se nubló haciendo que no pudiera escribir, y todo cuanto la rodeaba comenzó a dar vueltas a su alrededor. Un helado sudor recorrió su cuerpo en cuestión de segundos, y tras eso, un zumbido ensordecedor inundó sus oídos haciendo que no escuchara ni su propia voz. Notó cómo las rodillas se le doblaban sin obedecer a su cerebro, hasta que cayó inconsciente.

Sus padres, asustados por el golpe que propició el cuerpo de Susana al caer, acudieron para ver qué  pasaba, y allí, descubrieron a su hija tendida en el suelo.

Después de unos minutos de confusión e histeria por parte de sus padres, Susana volvió en sí.

- No es nada, me encuentro bien- fueron las primeras palabras de la chica cuando fue consciente de la situación, y haciendo un amago de sonrisa falsa prosiguió- . No es nada. El diario…

Pero el diario ya estaba en manos de su padre, quien observaba con los ojos desorbitados lo que su hija había ido registrando día a día en los últimos meses. Sin podérselo creer, pasó el diario a su mujer, que ya había ayudado a Susana a incorporarse, mientras la abanicaba con un papel doblado por la mitad. Con las manos temblorosas sujetó el diario mientras su marido negaba constantemente con la cabeza. Aquella situación no les podía estar pasando a ellos. Ese día, fue el duro encuentro con la realidad. 

- ¿Alguna vez te habías desmayado antes?- preguntó el padre de la niña temiéndose lo peor.

- No- dijo la niña con total convicción.

Pero sabía perfectamente que mentía como tantas otras veces. Por su cabeza pasaron varias imágenes que no quería haber visto, pero que sabía que habían ocurrido. La primera vez fue en clase de educación física, aunque el profesor lo achacó al calor que hacía en el patio del recreo. La segunda fue clase de gimnasia rítmica. La tercera en un examen de Sociales que no pudo terminar. Y ahora, en su casa. Por supuesto siempre había dicho que no le había pasado antes, que era la primera vez que le ocurría algo así. Pero a pesar de su audacia para mentir, en alguna parte de su ser, se daba cuenta de lo que pasaba.

Sus padres estuvieron de acuerdo con que Susana necesitaba ayuda. No era el momento de pedir explicaciones a su hija, ni de concienciarla mediante sermones que no llevaran a ninguna parte, sólo podían darle su ayuda. Fue entonces cuando, además de unas estrictas y rigurosas normas alimenticias, el médico les recomendó que la llevaran una temporada fuera de la ciudad. A Susana le convenía cambiar su actitud, ser más positiva y aprender a estimar su persona más que su físico.

- Cambiar los hábitos diarios, en ocasiones, supone cambiar por dentro- explicó el médico.

La decisión estaba tomada.

Los abuelos maternos de Susana vivían en una preciosa casa de campo a las afueras de un pequeño pueblo. Qué mejor lugar para pasar el verano que junto a sus abuelos que tanto la mimaban, y en un lugar tan natural como aquel.

         La casa de campo estaba envuelta por un verde seto que evitaba las miradas de los curiosos, a través del cual era imposible saber qué o quién se encontraba allí dentro. Por la parte de atrás, el seto era más alto y daba a otra propiedad no tan aparente como la de los abuelos de Susana. Lugar en que vivía una familia de inmigrantes.

 Eran tres miembros los que componían esa familia que había venido desde Rumanía para trabajar. Rumanía era un país del sureste de Europa. Un país precioso, pero sus recursos, entonces, eran escasos al igual que el trabajo, razón por la cual habían tenido que marcharse de allí. El hombre de la familia tenía los ojos azules, le piel blanca y el pelo rubio. Era fuerte de espaldas y sus rasgos eran un tanto agresivos, aunque nada tenía que ver con su persona, que era amable y alegre. La mujer, aún guardaba la belleza de su juventud, aunque los años no pasaban en balde por su piel. Solía tener el semblante serio, pero cuando sonreía, los ojos brillaban dándole un toque de bondad infinita difícil de superar. Esta lucía una oscura melena que contrastaba con su piel y resaltaba sus ojos azules. La pareja tenía una niña que también había venido con ellos. Se llamaba Nicoleta y tenía once años, uno menos que Susana. La niña mostraba la tersura de su piel y la frescura de su niñez, y, al igual que su padre, tenía los ojos azules y el pelo rubio, aunque algo más oscuro.

Los abuelos de Susana habían establecido una buena relación con sus vecinos rumanos. Sólo habían hablado en alguna ocasión con Nicoleta y, aunque no la conocían, les pareció que a su nieta le gustaría tener a alguien de su edad cerca.

- Susana, cariño, voy a presentarte a Nicoleta. Está aquí desde hace muy poco tiempo y seguro que podéis ser amigas, es muy simpática –le dijo su abuela.

Ella pensaba que pasar tanto tiempo sola, sin jugar con nadie, únicamente mirando revistas de moda y cuerpos diez, no le vendría bien para su enfermedad. Lo que su nieta necesitaba era aire sano, sol, buena comida y distracción. Y para todo eso estaba su abuela.

- Nicoleta, ¿no es la niña rumana? –respondió arisca Susana y con cara de pocos amigos.

- ¿Qué pasa? ¿Qué porque sea rumana no es buena persona? - dijo Marta, su abuela, un poco preocupada al ver la reacción de su nieta.

- Pues no sé. Creo que no me gustan los inmigrantes…

- Muy bien, cariño, estupendo. Me alegro de que tengas las cosas tan claras. Pero ¿sabes? seguramente a ellos tampoco les gusta la gente que piensa así- le respondió, y respirando hondo dijo-. Vamos, mujer, que pareces mi abuela.

- Es que no sé…- balbuceó Susana, a ella le daba miedo cualquier cosa que sonase a nuevo, pero pensó en lo que le dijo el médico acerca de lo de cambiar de actitud y creyó que, tal vez, no estaría tan mal conocer a esa niña.

- Pues si no lo sabes te vienes conmigo y lo averiguas –le sugirió su abuela mientras la arrastraba tras ella cruzando la verja del jardín-  Ya verás como te cae bien.

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