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Capítulo 1

 

        Sonia era nueva en el colegio, en el barrio y en su nueva familia de acogida. Era una chica tímida y reservada a la que le costaba mostrar sus sentimientos o sus pensamientos, sin embargo, se movía conforme a las inquietudes de cualquier niña de once años. Su historia se caracterizaba por ser singular y no tener monotonía en sus días.

       Ella no sabía quiénes eran sus padres. Los había visto, sí, pero le era imposible acordarse porque apenas tenía unas semanas de vida cuando ellos la habían abandonado a las puertas de un hospital. La policía había investigado a fondo la procedencia de la niña, pero, aunque buscaron todo cuanto pudieron a los padres, era como si la tierra se los hubiera tragado. La búsqueda resultó ser infructuosa y, finalmente, la policía decidió abandonar la investigación.

         Los primeros diez años de su vida los había pasado en un centro de acogida. Podía no haber sido tanto, pero una serie de incidentes infantiles disgustaron a la primera familia que le abrió las puertas de su casa, hasta el punto que intentaron poner una denuncia al centro de acogida por permitir que una niña fuera tan salvaje. Esta noticia corrió más rápido que la luz hasta extenderse por toda la ciudad, teniendo como consecuencia que nadie quisiera tener a Sonia por hija.

        La niña, desde entonces, se vio sometida a un constante cambio de hogar y de familia, lo que provocaba incertidumbre y hacía que no fuera capaz de querer a nadie y, por lo tanto, que se mostrara siempre algo arisca y cortante con los demás. En los últimos dos años, Sonia, había estado en cuatro hogares diferentes, cosa que ella nunca entendió. Aquellas personas debían entender que los hijos no siempre eran perfectos y aunque se esperara lo mejor de ellos, no podían repudiar a alguien por una o varias trastadas infantiles.

      Las cuidadoras no dejaban de escuchar a Sonia decir que deseaba no haber nacido, cosa que les atormentaba y les hacía pensar si la niña necesitaría más ayuda psicológica o quizás sólo requería cariño. La muchacha siempre había estado agradecida a todo lo que aquellas mujeres hacían por ella, pero nunca supo decírselo, la expresión de los sentimientos no era su fuerte. Nunca se mostraba sentimental ni afligida por nada. Por dentro podía desmoronarse pero por fuera su rostro no dejaba ver la más mínima expresión de tristeza o alegría. Siempre se preguntaba cómo habría sido todo si no hubiera pasado su niñez en aquel centro, si sus padres no la hubieran abandonado o si su vida hubiera sido especial.

       Pero a pesar de eso era una niña despierta. Le gustaba leer y adentrarse en cada historia como si fuera ella la protagonista de cada libro. Pero cuando lo terminaba era como si esa felicidad instantánea desapareciera de nuevo, por lo que incluso abandonó los libros.

      Su última familia era joven. Habían intentado tener un niño pero, por problemas de él o de ella, cosa que nunca quisieron saber, no pudieron tenerlo. Por esa razón, habían decidido que debían adoptar un niño para hacerlo feliz, igual que si fuera suyo, y le darían todo su cariño. La pareja puso una fe plena en la niña y la acogieron sin poner ningún tipo de traba aún sabiendo que se trataba de un caso complicado por el desapego que la niña tenía con la sociedad. Por otro lado, para que Sonia no fuera la única que tuviera que acostumbrarse a ser nueva en un lugar, se mudaron de domicilio para, así, compartir un poco su desorientación inicial.

       Sonia recibió la noticia con agrado. "Cualquier cosa será mejor que esto" les dijo a sus cuidadoras. Eso les disgustó aunque sabían que se refería al hecho de no tener una familia. Ellas le habían dado tanto cariño como habían podido, aunque jamás el que le pudieran haber dado sus padres.

       La nueva casa era muy amplia y a Sonia le pareció bonita, como las que describían en los cuentos que leía de pequeña, aunque no dejaba de ser como todas las de su calle. Tenía dos plantas. En la de arriba estaban las habitaciones de sus padres, la suya y dos cuartos de baño. En la planta de abajo estaba la entrada, la cocina y el salón. Rodeando la casa había un jardín con un árbol grande a un lado, que daría sombra en verano, muchas margaritas y un camino de piedras que llevaba desde la puerta de la valla hasta la casa. Y ese era, de alguna manera, el pequeño paraíso de la niña.

        A Sonia le costaba elegir a sus amigos porque a todos les encontraba algo malo, era demasiado selectiva o, quizás, demasiado desconfiada. Hasta el momento, sólo se relacionaba con su perra Dana, que al igual que ella también era nueva, y con su Play Destiny. A Sonia le encantaba mirar a su mascota de lejos porque le parecía una pequeña oveja blanca que se había separado del rebaño y se había extraviado hasta llegar a esa casa. Por eso, en cierto modo, se veía identificada con ella, porque ella también se sentía perdida en el mundo.

      Respecto a la Play Destiny, era su compañera de travesía desde hacía unos años. No fue un regalo de cumpleaños ni de Navidad, y tampoco se la encontró, fue algo muy diferente. La niña estaba sentada en un banco del parque, completamente sola, cuando un hombre gritó "¡Paula!" pero nadie contestó porque Sonia era la única que se encontraba allí. Así que la niña levantó la cabeza aunque supiera que no se refería a ella. Sin embargo, para su sorpresa, el hombre se acercó y le dio una Play Destiny diciéndole "esto es para ti, y sólo para ti". La niña no lo entendió, pero no le importó, y es más, en ningún momento posterior de su vida pensó en esas palabras, pues al fin y al cabo, tenía una videoconsola que muchos querrían y además gratis.

    Ahora, Sonia comenzaba a estudiar quinto de primaria y no le resultó fácil. Cuando entró en la clase, todos sus compañeros estaban sentados en los pupitres por parejas, excepto uno que, a pesar de parecer buena persona, por alguna razón que ella desconocía, nadie se quiso sentar con él. La profesora la presentó a sus compañeros y dio algunos datos muy corrientes acerca de su vida, cosa que a la niña, a parte de parecerle algo innecesario, le sorprendió y agradeció, pues por un momento había pensado que realmente su vida no era normal.

       La profesora se llamaba Laura. Tenía el pelo casi naranja y su rostro era pálido, como el de una muñeca. Las mejillas se veían resaltadas por un montón de pecas que le daban una apariencia muy dulce. En sus palabras resonaban el cariño y la tranquilidad que cualquiera, y Sonia en concreto, necesitaba.

      Sonia no sabía qué hacer, se sintió invadida por el miedo de enfrentarse a toda una clase de gente desconocida y cuando la profesora la invitó a presentarse ella misma, su voz no pudo emitir ningún tipo de sonido y Laura, percatándose del desconcierto en el que se encontraba, decidió mandarla a que se sentara. Ella, mirando al suelo por la vergüenza que le producía aquella situación, se dirigió hacia el pupitre de la primera fila que la profesora le había indicado.

      - Hola, soy Arich. Con "ch" al final, te lo digo porque mucha gente se equivoca al pronunciarlo.

     En ese momento, la niña recordó que una vez había escuchado ese nombre. Fue una noche en la que estaba dando un paseo y oyó a dos niñas hablar dentro de un jardín. Se asomó un poco y las vio sentadas en un banco. Una de ellas era rumana y la otra era española. Entonces escuchó decir a la primera que "arich" en su idioma quería decir "erizo", cosa que, sin saber por qué, le hizo gracia y lo mantuvo en sus recuerdos como una anécdota curiosa. Las dos niñas no se percataron de su presencia y Sonia continuó su camino hacia casa.

     - Si éste supiera lo que quiere decir su nombre... -pensó la niña volviendo a la realidad e intentando no reírse.

     Entonces Sonia dejó sus pensamientos a un lado y se fijó en él. Arich era un niño con el pelo rubio y de punta y con unos ojos que variaban, dependiendo de la luz, entre distintas tonalidades de verdes y que eran resaltados por el color verde oscuro de sus gafas de pasta. "Qué gracioso, parece sacado de cómic" pensó ella. Sonia, entonces, creyó que había estado demasiado tiempo mirándolo y él, como uno más, pensaría que era realmente rara. Así que Sonia, en un intento de parecer simpática le sonrió y comenzó a atender a la profesora.

    Al sonar la sirena del recreo, todos salieron lo más rápido posible, algunos deseando llegar a tiempo para adueñarse de la pista de fútbol, otros para contarles a sus amigos las aventuras del verano, y otros, como Sonia, simplemente para desconectar del resto del mundo introduciéndose en lo más hondo de su Play Destiny.

    - ¿Todavía juegas con esas cosas? -comentó una niña de su clase entre las risas de su grupo de amigas.

    Sonia no se esperaba aquello porque, aunque no confiaba en nadie, le resultó raro. A pesar de eso, no pudo evitar dejarse llevar por la ira y lo primero que pensó fue en tirarla escaleras abajo, pero sus pensamientos se calmaron cuando alguien la cogió del brazo.

    - No le hagas caso -dijo Arich-, es Mónica, piensa que ser rubia y tener los ojos azules le da derecho a insultar a la gente. Se cree la mejor.

    Estas palabras le transmitieron tranquilidad y la niña sólo pudo contestar con una media sonrisa de agradecimiento. Bajaron al patio y continuaron hablando, aunque a Sonia le costara bastante. Arich decidió que debían presentarse adecuadamente, por lo que relató muy por encima lo que había sido su vida hasta ese momento. A Sonia le gustó saber, aunque egoístamente, que Arich no tenía ningún recuerdo de su madre porque desgraciadamente había fallecido siendo él muy pequeño. La niña no supo qué contestar a eso, por primera vez se daba cuenta que no era la única con problemas pero eso no iba a facilitar su apertura hacia los demás. Aquel chico tampoco tenía madre y sin embargo era feliz. Pero por suerte para ella, sonó la sirena y subieron a clase. Arich se había pasado todo el recreo intentando que Sonia le contara algo y lo cierto es que la niña consiguió, al menos, decirle que ella tampoco conocía demasiado bien a sus padres, sin especificar que era adoptada.

    La mañana se le había pasado muy deprisa a Sonia y, además, como aún estaban en septiembre, no tenían clase por la tarde por lo que la aprovechó para hacer los deberes de Matemáticas. Esa tarde le pidió ayuda a Rosa, que era la mujer que junto a su marido la había acogido. A Sonia le costaba llamarla mamá, ya que por más que quisiera sabía que no la iba a querer tanto como hubiera querido a su madre. Pero le estaba muy agradecida por haberla acogido en su casa y por eso hacía un esfuerzo para no llamarla por su nombre.

    Cuando terminó, encendió la Play Destiny y se puso a jugar. El juego era el mismo que venía con la máquina cuando se la habían dado porque, a pesar de que le hubieran regalado más, no había conseguido sacar esa tarjeta de su sitio, así que, desistiendo, continuó jugando con éste. El juego no era fácil, ya lo había acabado una vez con el personaje del chico, pero lo empezó de nuevo y ahora estaba jugando con el de la chica. En casi todas las pantallas, el personaje tenía que salir de un túnel muy largo y complicado, en el cual había otros seres que la perseguían. En alguna ocasión Sonia se había puesto nerviosa porque se había concentrado tanto en el juego que parecía ser ella quien estuviera corriendo. Lo peor era que sólo tenía dos personajes y jugar dos veces con el mismo, le aburría. Lo mejor era que el personaje de la chica estaba muy bien logrado pues sus movimientos eran de lo más real y cada vez que tropezaba, parecía que era Sonia la que se hacía daño. Aquel juego se había convertido en un refugio para ella, el único escondite en el que se encontraba sola y a salvo de todo el mundo.

    El despertador le sonaría a las ocho, razón de peso que llevó a Sonia a acostarse temprano. La niña no solía descansar últimamente muy bien. Soñaba cosas muy raras, aunque casi siempre era lo mismo: se veía a ella misma sola en un callejón. Por uno de los lados venía una mujer corriendo con un niño en los brazos, pasaba ante ella y ni se paraba, ni se daba cuenta que Sonia estaba allí. La mujer corría sin mirar atrás, era como si huyera de alguien o de algo. Por el otro lado de la calle venía un hombre y la mujer al verlo se paraba frente a él, le entregaba al niño y le decía llorando “no la podemos tener con nosotros, llévatela”. Y nada más decir eso la mujer caía al suelo con los ojos muy rojos de llorar, la cara muy pálida y los labios de un rojo que rozaba el morado. Entonces Sonia se despertaba con el corazón latiéndole muy deprisa y con ganas de llorar ella también.

     Todas las noches era igual, y lo peor es que no sabía qué podía significar aunque optaba por pensar que era simplemente un sueño. Sonia no se lo había contado a nadie porque no había encontrado el momento ni la persona adecuada para hacerlo o, tal vez, porque quería creer que no tenía importancia.

     El despertador sonó a las ocho. Como cada mañana, le costó un poco levantarse porque el cuerpo y el sueño le pesaban más que las ganas de ir al colegio. Pero entonces vino Dana, que comenzó a tirarle de las sábanas a mordiscos, y Sonia decidió levantarse antes de que su perra arrancara un trozo de tela. La niña puso un pie en el suelo, justo encima de la sábana que Dana había tirado, además la perra se metió en medio y, por no pisarla, Sonia cayó al suelo originando un sonoro golpe que hizo a Rosa salir corriendo hacia su habitación.

    - Empiezas el día por los suelos- dijo Rosa cuando entró en la habitación-. ¿Estás bien?

    - He tropezado con la perra esta.

    Sonia se puso de pie con ayuda de Rosa, mientras el animal parecía no querer enterarse que se debía ir y siguió enredada en los pies de Sonia hasta casi tirarla otra vez.

   - Dana, ¿te vas o te hecho? -le dijo Sonia haciendo que esta vez la entendiera a la perfección. Y agachando las orejas, se dio la vuelta para marcharse.

    No era una buena manera de comenzar el día pero le quedaba la esperanza de oír la sirena del recreo a las once. A esa hora, Sonia cogió su bocadillo, pero no vio la Play Destiny y pensó que se le había olvidado en su casa. “Cómo me voy a aburrir” pensó, pero sus pensamientos se esfumaron cuando Arich la invitó a irse con él ya que normalmente se pasaba los recreos leyendo cómics, él solo.

    Arich le estuvo contando historias de compañeros y profesores para que fuera conociéndolos un poco más, aunque él mismo reconocía que su experiencia con ellos no había sido demasiado buena así que su opinión no tendría nada que ver con la de otro niño. Arich le explicó que no le gustaba el fútbol y por eso los niños no jugaban con él. Al principio incluso le pegaban pero él se defendía y eso hizo que se cansaran y dejaran de molestarlo. Eran incapaces de aceptar que él no tenía los mismos intereses, que no le gustaba ir en chándal porque prefería ir con vaqueros y zapatillas Converse, que no quería escuchar la música de los pitufos maquineros y los éxitos del verano sino que le gustaban los cantautores y la música pop. A todo eso, Sonia reaccionó sorprendida, "qué interesante" pensó, "no es como todos y eso es genial" pero, una vez más, no se lo dijo.

     Cuando acabó la jornada escolar, Mónica se acercó a ella como un día más, es decir, sin intención de tener buenos modales o invitarla a jugar con ellas. Así, con tono de burla le dijo:

     - ¿Hoy no te traes tu maquinita?

     En ese momento Sonia quiso fulminarla, sintió la necesidad de acabar con ella. A veces le gustaría ser alguien más pacífico porque esa agresividad, a la larga, sólo le traería problemas pero no podía evitarlo. Entonces, sin que ella hiciera nada, una tintineante, extraña y desesperante música, comenzó a sonar de manera algo misteriosa y cada vez más fuerte, hasta que Sonia, viendo el miedo reflejado en el rostro de Mónica, tiró su mochila al suelo y buscó el lugar de procedencia de aquel sonido. Efectivamente, como había supuesto la niña, esa terrible música salía de su Play Destiny, que estaba en la mochila aunque no la hubiera visto antes. La máquina se había encendido sola, y sus luces parpadeaban muy rápido y con una gran intensidad, como si una de sus pilas hubiera hecho un mal contacto y estuviera a punto de estallar. Pero en cuanto Sonia la cogió, todo se calmó, como un animal furioso que se tranquiliza entre las manos de su dueño. La sacó y la guardó en el bolsillo lateral de la mochila que era más pequeño y así no se perdería entre los libros. Se dio la vuelta para comprobar si Mónica seguía allí o por suerte se había ido y, como Sonia deseaba, la niña ya no estaba.

     Aquella tarde, Laura entró con otra expresión en la cara. Su rostro estaba pálido y les preguntó si alguien sabía algo de Mónica, pero ni siquiera sus amigas sabían dónde estaba. Entonces, sin pretensión de alarmarlos, les comentó que la niña no había vuelto a su casa y que, por lo tanto, estaba desaparecida.

     Desde hacía algunos días, al margen de la desaparición de Mónica, que se había convertido en la conversación por excelencia, Arich le había propuesto a Sonia ir a su casa y explicarle cómo se hacían las operaciones combinadas que tan mal se le daban a ella. Esto hizo que Sonia, por varias tardes, se olvidara completamente de su Play Destiny, lo que extrañó y, por otro lado, alegró mucho a Rosa porque era señal de que su hija comenzaba a relacionarse con la gente y a salir de su habitación. Además, cada mañana, desde que se encontraran a principio de curso en la puerta de la casa de Sonia, Arich y ella iban juntos al colegio, motivo de satisfacción para sus padres, quien comenzaba a ver esperanza en los ojos de la niña. Sonia tenía demasiado odio social. No le gustaba nada de lo que veía y nadie con quien se cruzaba. Para ella todos tenían algo malo y la sociedad se pudría. Por eso, cuando la niña conoció a Arich su visión del mundo comenzó a cambiar levemente. Creía que, aunque fuera una minoría, existía la gente a la que le importaba otras cosas además del fútbol o la última serie televisiva de éxito. Sin embargo, aunque ella también estuviera contenta de haber encontrado a alguien con quien poder conversar y que no fuera un dibujo de videojuego, estaba preocupada por esa niña con la que tan mal había empezado y que ahora parecía muy lejano un próximo encuentro.

     En el recreo, mientras Arich fue al aseo, Sonia se quedó sentada en un banco del patio, pensando si debería contarle toda la verdad de su pasado, incluyendo por supuesto, los sueños que estaba teniendo ya que más que sueños eran preocupaciones.

    - Hola, ¿estás sola? -preguntó un chico interrumpiendo sus pensamientos.

    Sonia levantó la vista y miró al chico que le había hablado. No tenía ganas de hablar con nadie que no fuera Arich, además no le gustaba hablar con gente que no conocía y mucho menos si se presentaba ante ella rompiendo su concentración. Así que, cortante, le contestó:

    - No.

   - Me llamo Carlos -dijo el chico mientras se sentaba en el banco sin hacer caso de lo que le había dicho Sonia.

    La niña se apartó un poco y mirándolo se presentó:

    - Qué bien... Yo soy Sonia.

    Pero no le dio tiempo a decir nada más y se alegró de no tener que hacerlo porque llegó Arich y prácticamente lo echó de allí.  

    - No te fíes de él. La primera impresión es muy buena pero realmente es un estúpido -le decía Arich.

    - Ya lo suponía -le dijo Sonia.

    - ¿Por qué?

    - Bueno porque no tienes muy buena opinión de los demás, tú mismo lo dices.

    - Ya, supongo que para ti no tendrá valor lo que digo, pero deberías hacerme caso. Es un inútil.

    Ya en clase, Raquel, que estaba sentada detrás de Sonia, se acercó a ella y le dijo con una sonrisa en sus labios:

    - Me he enterado que ya has conocido a Carlos. Y por eso debo advertirte que él al principio es un ángel, la mejor persona que vas a conocer, pero luego, cuando lo vayas conociendo mejor, te darás cuenta que no es tan maravilloso como ahora te parece.

    Raquel borró esa falsa sonrisa que le había ofrecido a Sonia, se agarró del brazo de Sandra, su mejor amiga, y se fue a su sitio. Sonia, que no había hablado porque Raquel no se lo había permitido, se quedó mirando a Arich, que con un gesto de sorpresa se dirigió hacia ella.

    - Sinceramente, no creo que Raquel esté dispuesta a ser simpática contigo si él se hace tu amigo- fue el comentario de Arich cuando Sonia llegó a su lado.

    - ¿Por qué? -preguntó la niña.

    - Es una persona muy inestable. Su hobby favorito es criticar, con eso te lo digo todo. Por eso tampoco se llevaba bien con Mónica, eran tal para cual.

    Sonia no siguió preguntando porque no era demasiado cotilla, pero si dos personas le habían advertido sobre el mismo chico, éste no debería ser tan bueno como podría parecer, aunque tampoco podría conocerlo si ella tenía esos prejuicios. No obstante, como apenas le interesaba, Sonia no estaba dispuesta a hablar con él porque la única persona con la que quería hablar era con su amigo, por eso no volvió a hablar ni preguntar acerca de Carlos. Arich era una persona amable y de confianza, eso era lo que le había parecido a Sonia desde que lo conoció, por ello si Carlos le había hecho sentirse mal en algún momento, Sonia no quería saber nada de él. Pero en el fondo apenas pensaba en ese tema porque realmente, lo que ahora mismo le inquietaba, era lo que le preocupaba a todos: el paradero desconocido de Mónica.

¡Lo quiero!
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