top of page

1. Buena suerte

      Todo estaba oscuro aquella mañana. Las bombas no habían cesado todavía y el aire había empezado a soplar poco a poco. Eran las diez de la mañana y el cielo seguía triste, oscuro y con algunas nubes que lo entristecían más aún. Los pocos que quedaban estaban muy asustados, no podían o más bien, no querían, salir de los refugios. Tenían miedo de salir porque sabían que podrían terminar igual que aquellos que intentaron defender y salvar su planeta luchando contra aquellos seres, contra los culpables de esa infernal guerra que según parecía no acabaría nunca.

       Todos estaban muy nerviosos en el refugio. Algunos de los más pequeños corrían y jugaban dentro de sus burbujas intentando olvidar lo que pasaba fuera. Otros narraban historias que les habían contado los más ancianos del lugar: historias sobre otros seres que vivían en planetas muy lejanos al suyo, aunque más bien parecían leyendas. Eran historias sobre los góligans, sobre humanos y sobre marcianos verdes que habían destruido planetas enteros.

        La pequeña Gurindungui no sabía muy bien lo que pasaba pero aún así tenía miedo, y las historias que contaban sus amigos le asustaban. Su tío le había dicho que estaban en guerra, pero lo que no le había dicho nadie era por qué.

        - Mamá ¿qué es lo que pasa?- preguntó ella.

     - Cariño, ¿te acuerdas que cuando me preguntaste qué era un góligan no te contesté?- dijo su madre mientras le acariciaba la cabeza.

       - Sí.

     - Bien, pues creo que ya es hora de que lo sepas. Un góligan es un ser peludo con cuatro patas, aunque casi ninguno utiliza las cuatro, la mayoría caminan erguidos sobre las dos traseras y poseen una gran boca con muchos dientes afilados. Aún así, lo malo de ellos no está fuera, te he dicho muchas veces que lo bello de cada cual está en su interior; pero estos góligans son muy tozudos, cuando se enfadan no hay quien los haga cambiar de idea, aunque estén equivocados... y aman la violencia, todo lo solucionan con la violencia; su corazón es tan negro como la noche.

      - ¿Y por qué nos hacen a nosotros esto?- preguntó Gurindungui sin entender qué tenían que ver los góligans con aquella estúpida guerra.

    - Hace años llegó al planeta Goligano una máquina parecida a nosotros, porque era pequeña y redondita, y mató por error al presidente goligano.

      - ¿Cómo lo hizo?

     - Pues en realidad no fue la máquina, sino él solo. Por usar la fuerza bruta, le dio un mordisco y ella soltó unas chispas que acabaron con su vida.

     - ¿Como un cortocircuito?

    - Sí. Lo peor es que su sistema visual no funciona excesivamente bien: ven en blanco y negro y de forma bastante difusa. Por eso creyeron que era uno de los nuestros el que lo había matado y esa es la razón por la que ahora están en guerra con nosotros.

    - ¿Y por qué no nos preguntaron? Pues sí que son tontos.

    - Sí, cariño...no te imaginas cuánto.

    En ese momento el silencio reinaba en la sala y sólo se oía a Thiar explicándole a su hija qué era un góligan.

     Las bombas habían dejado de escucharse. Fuera se podían oír los lloros y lamentos de algunos de los suyos, que se confundían con las pocas gotas de lluvia radiactiva que todavía caían. Todos se miraron sin hablar, no sabían qué hacer. Después de unos eternos segundos de silencio, Mandanga, el primo de Gurindungui preguntó:

     - ¿Quién sale primero?

     Él tenía un problema cudolar, que le hacía parecer una gragea de chocolate.

     Pero su problema no le impedía pensar, y daba la sensación que era de los pocos que se habían dado cuenta que no podían quedarse allí metidos toda la eternidad, porque llegaría un momento en el que se acabaría el oxígeno de sus burbujas. Después de un rato, decidieron que lo mejor sería echarlo a suertes, y así lo hicieron. Todos ellos, excepto los más pequeños, se cogieron de las manos, haciendo un círculo y a la vez dijeron:

    - Diez wonwings hay aquí y uno ha de salir, tú lo elegirás a partir de ¡ya!

    Al terminar de decir esto, todos ellos comenzaron a contar hasta diez al unísono, muy despacio y una flecha de color naranja salió de la nada y comenzó a dar vueltas por encima de sus cabezas. Al principio iba muy deprisa, pero conforme sus voces iban llegando al número diez, la flecha se iba frenando poco a poco, hasta quedarse parada por completo. Se había detenido justo encima de Thiar, la madre de Gurindungui. La pequeña empezó a llorar.

    - No te preocupes, cariño- le dijo su madre arrodillada enfrente de ella, intentando consolarla -, sólo voy a ver si se han ido ya y nos han dejado en paz.

    Pero a pesar de lo que le dijo a su hija, ella también tenía miedo porque sabía que muy probablemente no se hubieran ido todavía, que seguirían allí, al acecho, como otras veces había oído contar, y ella no podría hacer nada por evitarlo.

    - ¿Y si no puedes volver?- le preguntó la pequeña entre sollozos.

    Thiar cogió de la mano a su hija y enseñándole un objeto que ella nunca había visto antes y que Gurindungui no sabía de dónde lo había sacado, le dijo:

    - Coge esto, úsalo para salir de aquí y llévate a tu primo. No pasa nada, voy a volver, pero si por alguna razón no puedo hacerlo, al menos tú estarás a salvo. Esto te llevará a un lugar mejor, seguro y donde haya paz. Te quiero, siempre estaré contigo.

    La pequeña sin decir nada se agarró al cuello de su madre y le dio un beso tan fuerte que casi le deja la marca. Después Thiar abrió la puerta, se despidió de los demás con la mano y salió cerrándola tras ella.

    Todos miraron a Gurindungui, que lloraba cogida al cuello de su tío, sin soltar el objeto que le había dado su madre. Era una diadema dorada, muy bonita. En el centro tenía una espiral azul que sobresalía un poco, no parecía que estuviese grabada, sino que más bien parecía un pulsador. Pensando eso, la presionó pero no pasó nada. Nadie había visto nunca nada parecido.

    - ¡Yo he leído sobre eso! - dijo de repente Sehar, una amiga de Gurindungui, que estaba en el refugio con su familia-. Es una diadema transportadora, que como su nombre indica, transporta a quien la posea.

    - Pero ¿cómo? - preguntó Mandanga.

    - Pues... eso no lo sé, supongo que tendrá un interruptor o... algo así.

    Gurindungui tocó toda la diadema, pero no tenía ningún interruptor. También tocó por los lados de la espiral, esperando encontrar una trampilla o cualquier cosa parecida que le permitiera utilizar el transportador que le había regalado su madre. Presionó la espiral hacia un lado y ésta se movió dejando al descubierto un pequeño botón que apenas si se diferenciaba del resto porque también era dorado. Ella lo presionó y después de unos segundos de intriga por saber lo que iba a pasar. Se oyó una voz:

    - Destino...

    - Cualquier lugar mejor que éste. Un lugar donde reine la paz - dijo Gurindungui emocionada.

    En la pared se hizo un agujero tan grande como una puerta, que fue disminuyendo hasta quedarse del tamaño de una moneda.

    - ¿Y ahora qué? -dijo Mandanga, pensando que por ese agujero tan pequeño no iba a caber nadie.

    - Pues, crecerá hasta que salga un vórtice.

    - ¿Un qué?- preguntó Gurindungui.

   - Un vórtice- repitió Sehar -. Es una espiral en forma de cono que nos permite cambiar de mundo, dependiendo del diámetro del vórtice se transportan más o menos individuos. Además, permite hablar el idioma que utilicen en el sitio en el que se aterrice.

    Y prosiguió, señalando lo que había surgido en la pared.

    - Normalmente con ese diámetro que ha adquirido viajan dos -explicaba Sehar, moviendo las manos como si estuviera dando una clase de transporte con diadema. Se sentía feliz porque todos la miraban admirados. Por fin podía demostrar todo lo que había aprendido en sus largas horas de estudio.

    - ¿Y a dónde nos llevará?- preguntó Gurindungui.

    - ¡A otra dimensión!- dijo Sehar emocionada.

    Todos comenzaron a reír, porque creían que no existían más dimensiones. Pero lo que pudieron vivir más tarde les enseñó que además de ellos que residían en la vigésima séptima dimensión había muchas más dimensiones, muchos más mundos, mucha más vida.

    Mientras Sehar hablaba, todos veían asombrados cómo el diámetro del vórtice aumentaba y disminuía su tamaño, como si intentara acomodarse, hasta que finalmente dejó de moverse.

    - Bueno, como el vórtice no ha crecido más, sólo podréis ir dos- dijo Sehar.

Gurindungui sacó la mano de su burbuja y cogió a Mandanga fuertemente debajo del brazo, como si fuera un peluche. Sehar continuó:

   - Escuchadme bien, ahora cuando yo diga ¡ya! introducís una mano en el vórtice y os agarráis mutuamente con la que os queda libre.

    Gurindungui y Mandanga se miraron y fueron a despedirse de los demás. Algunos de ellos lloraban en silencio porque pensaban que no los volverían a ver más o les daba pena que se fueran, pero en el fondo todos se alegraban por sus pequeños amigos; porque al menos dos de ellos podrían escapar de allí. Por eso, cuando Gurindungui y Mandanga se despedían, sus amigos reían y les deseaban buena suerte, no querían que los vieran preocupados.

   El padre de Mandanga también reía mientras abrazaba a su hijo, aunque por dentro sintiera miedo, todo el miedo del mundo, y tuviera muchas ganas de llorar. Él también les deseó buena suerte y les dijo que se cuidaran mucho, que fueran precavidos en el planeta al que iban y que los quería con todo su corazón.

   Tras separarse de él, Mandanga fue hacia su prima y, dirigiéndose hacia aquel extraño orificio, los dos siguieron las instrucciones que les había dado Sehar.

   Cuando ella dijo ¡ya! introdujeron una mano en la espiral mientras se agarraron fuertemente de la mano que les quedaba libre.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   Todo se volvió oscuro de repente. No se veía nada, pero ellos seguían agarrados para que no les pasara nada, al menos para no separarse, fueran a donde fueran. De repente un millón de colores comenzaron a pasar muy deprisa alrededor suya, era como un cucurucho de colorines, un baño de luz y color que giraba a su alrededor. A los dos les parecía que el cuerpo se les desinflaba, como si fueran globos y estuviera escapando el aire.

    Cuando menos se lo esperaban, los colores se detuvieron y ellos cayeron en un suelo frío y duro. 

bottom of page